Tuve un sueño extraño. Por lo
general sueño mucho y tengo sueños recurrentes. Sueño que estoy en la primaria
y quiero salir porque soy adulta. Sueño que voy en un avión a Francia y es
secuestrado por un anciano con sombrilla. Sueño que soy monja y quiero escapar.
Sueño que estoy desnuda en la escuela. Sueño siempre lo mismo pero de formas
distintas.
Anoche soñé con mi abuela.
Nunca la había soñado. Tal vez
por eso todo fue más intenso que de costumbre. Soñé que alguien había muerto y
mi hermano y yo buscábamos la manera de ayudar a la persona que murió. Caminamos
arrastrando el cuerpo hasta una casa con un gran árbol de manzanas en la
entrada. Eran manzanas sin sabor, grandes, amarillas con manchas rojas, jugosas,
muy jugosas pero sin sabor. Sólo las probé pero no quise terminarlas. Mi
hermano comió tres. Una mujer vestida de negro con el rostro cubierto salió a
recibirnos. Esperaba a la persona muerta desde hacía algún tiempo, dijo que
tardó en llegar. Nos disculpamos por haberla llevado tan tarde, pero no
sabíamos que debíamos llevarla ahí. Salieron de la casa más personas vestidas
de negro y discutieron si aún la aceptaban o no. La mujer vestida de negro
volteó a verme como autorizándome a entrar en la discusión por si quería
hacerlo. Ella tenía el rostro cubierto, lo sé, pero también sé que me miró, de
alguna manera lo sé. Me acerqué y los demás me miraron esperando que dijera
algo. Un escalofrío me recorrió la nuca.
-
Las manzanas no tienen sabor, dije y regresé con mi
hermano.
La discusión se terminó, nadie
más quiso hablar después de mí. Entraron poco a poco a la casa y la mujer de
negro se acercó a nosotros.
-
Ya todo está hecho, dijo. Pueden irse, su tiempo no ha
llegado.
-
¿Qué pasará con la persona que trajimos? Pregunté.
-
La han aceptado. Hablaste claramente.
No entendí. Pensé que había dicho
cualquier cosa. Me caracterizo por echar a perder las oportunidades que tengo;
pierdo el tiempo constantemente o hago las cosas demasiado rápido y todo me
sale mal. ¿Y ahora hablé claramente? No sé ni qué dije.
La mujer sonrió y se fue. No sé
cómo, pero sé que sonrió. Tal vez mi cara de turbación fue más honesta que mis
palabras. Mi hermano emprendió el camino de regreso y corrí tras él para no
perderme. Volteé por última vez y vi a la mujer que entraba a la casa jalando
el cuerpo de la persona muerta. Al ver el cuerpo siendo arrastrado, noté algo
que había pasado de largo todo ese tiempo, ese cuerpo era el de mi abuela.
-
¡Juan, el cuerpo es el de Mamá Luz!
-
¿Apenas te das cuenta? Dijo mi hermano y siguió caminando.
Me quedé parada a la orilla del
camino sin saber qué hacer y empecé a llorar. No sé si por saber que mi abuela
estaba muerta, porque no la lloré durante su velorio, porque viví tan alejada
de ella en sus últimos días o por reconocerme como una inútil. Lloré sin parar.
El pecho se me inflaba y me dolía. Mi hermano volteó a verme.
-
¿Te vas a quedar? Dijo y siguió caminando.