SUEÑOS Y ANTOJOS



Confieso que la parte más dichosa de mi niñez la viví en Indeco, Xoxo; en una casa hermosa testigo de mis aventuras y desventuras, de mis risas y mi llanto y ante todo, de la gracia y alegría que irradiaba este muñecote a todos los que observaban como, poco a poco, iba creando mi propio mundo.
Me veo como un pequeño regordete, morenito, color a pan recién horneado, color de niño sano, que lleva en la mano una guayaba grande y madura... Sucio, de short y playera, con las botas mal amarradas; con botas porque piso chueco y no me quieren comprar zapatos: los destruyo en un mes. El sol se transforma con la tarde y hace un poco de calor. Después de la comida hay que reposar los alimentos pero no puedo ir a la cama, apenas nace la idea en la cabeza, escucho los gritos de mi madre:
- ¡Estás muy lleno! ¡Te va a hacer daño!
Ante tales argumentos lo mejor es hacer caso, las palabras pueden no herir, pero la chancla generacional es más convincente. Sobre todo cuando está mojada y vuela directo hacia la espalda o las piernas. Lo mejor será salir al patio de la casa a ver qué puede hacerse de provecho.
Me dirijo hacia el columpio que mi papá hizo con una llanta vieja y me balanceo... El sol no logra tocarme gracias al enorme árbol de guayabas. No hay que mecernos muy rápido, lo importante es reposar, no divertirse. Eso será después. Lo juro.
Mis pies cuelgan pateando el aire y la brisa me roza la cara; me refresca el cuerpo y hace el rato más agradable. Levanto la cara y contemplo entre las ramas del guayabal unos rayos de sol que se filtran venturosos entre las sombras del follaje. Crean un espectáculo mágico que embebe y emboba. No hay mejor diversión que ver los juegos de luces y los diversos tonos de verde. Los pájaros cantan y corretean a los fugaces rayos que brincan de hoja en hoja... ahora recuerdo porqué creo en las hadas.
Olfateo la guayaba que traigo en la mano, la miro sigiloso, no hay que hacerla sospechar de su destino gastronómico, sobre todo cuando tal violencia viene de un niño; es como una gota fría recorriendo la espalda. Para cuando la imagen de la gota recorriendo la espalda termina de formularse yo ya di cuenta de la guayaba. Con el brazo me quito de los labios los restos incriminatorios de la agridulce fruta, que si con mejor suerte hubiera corrido, su historia habría quedado impresa en otros cuentos y no en los dientes de un chamaco goloso, propiciador de muerte a cada instante de sabor rosado. Intercambio ineludible. Ni modos, a veces comemos y a veces nos comen.
Levanto los ojos al cielo. Las luces continúan su danza, cantan, pintan... se esconden tras las guayabas. Para verlas jugar es necesario quitar las guayabas del árbol. ¿Qué hacer? ¡Bajémoslas todas y comámoslas! Me seducen: el color amarillo, el olor ácido, la distancia que marcan las ramas a la boca, ahora apariencia perfecta, después... ¿después? Je je... ¡Después...!
Es necesario encontrar las guayabas más grandes, las mejor dotadas, las más suculentas, las más seductoras; pasar la vista delicadamente por cada una, acariciarlas con los ojos en la distancia. Todos los sentidos puestos en magna misión... si así fuera en la escuela otro gallo cantaría. La víctima está por ser descubierta, la misión pronto terminará. He de encontrarte. Te huelo, te escondes pero te huelo. Tu perfume te delata, estás entre las sombras, escondida en la distancia... tu aroma me atrapa. Respiración agitada, mirada atenta, sudor en la frente, manos húmedas. ¿Manos húmedas? Sí, manos húmedas. ¿Nervios? No, aún no, me faltan 15 años para empezar a ser nervioso, tener tics en el ojo y sufrir gastritis y colitis, por ahora soy normal. ¿Manos húmedas?... manos húmedas, ¡mano húmeda! sólo una.
Miro la mano que me cuelga por el extremo izquierdo del columpio. Hola Pantera. Es mi perra... se pasea la lengua por el contorno de los labios. Es linda mi perra. Y la perra me lame la mano... en la boca tiene algo extraño, parecen restos de guayaba... !Claro que son restos de guayaba! Me los he visto en la boca cuando miro mi reflejo, sé perfectamente lo que son. ¿Restos de guayaba? ¿Estaba comiendo una guayaba? Por mi mente cruza la duda de si ya había terminado o si aún comía... Si ya la había terminado pues... pero si comía... no, no creo que la Pantera haya hecho lo que creo.
La miro fijamente, la interrogo, pero el pobre animal irradia inocencia; definitivamente no cometería una canallada con el más pequeño de sus dueños. Además no es vegetariana, le encanta la carne y adora los huesos, sin embargo... no, la perra no ha hecho nada, seguramente yo ya me había terminado la guayaba. La perra...
Pero debo concluir una misión, debo encontrar una guayaba... y recuerdo a la pantera. Pasea la lengua por mi mano, me mira inocente mientras la hidrata. Creo que se me ha pasado el antojo. No, perdón, abortamos la misión, ya es suficiente de guayabas. Las hadas tendrán aún dónde esconderse. Ya estuvo bien de descanzar en el columpio, de perseguir luces y soñar guayabas. El alimento ha reposado y lo mejor será que vaya a comerme un mango.
Y entonces parto mientras la pantera me mira moviendo la cola... Ella, ella mueve la cola.
verano 2001