PAPALOTE



Estoy listo para partir. Traigo un libro bajo el brazo y un recuerdo atado a un hilo. Lo miro alto, contrastando el azul del cielo. Me sonríe. Se une a mí por el pequeño hilo atado a mi muñeca que quiere cortar la vena. El aire mueve el recuerdo manteniendo fresco el instante de su vida. Un pájaro vuela al lado. Golondrinas haciendo verano. Éstas sí hacen verano. Hacen verano y no cagan las estatuas, no cagan las fachadas. Hacen sus nidos en el cabello de una anciana.


Mañana despertaré y miraré paredes nuevas, desconocidas. Las miraré como el inicio de aquello que empieza y donde iré colgando las pinturas que llevo conmigo. Pinturas viejas, unos cuadros y un retrato de mí que hizo mi hermano. Todas ellas forrarán esas paredes dándome un aire de equilibrio, recuerdos de aquello que me forma.

Terminaré ahora de hacer las maletas. Ya cerré una, me falta guardar el resto de libros. No llevo tanto. Viajar ayuda a entender que lo mejor es viajar ligero. Los excesos de equipaje se pagan caros. Lo mejor es llevar sólo lo necesario, lo apenas indispensable para saber que se tiene algo.

Algo.

Algo que uno ha ido acumulando. No es mucho pero hace pensar que algo te pertenece.

Y así se empieza.

Parado en el filo de la azotea.

Mirando a lo lejos el sol que cae. El recuerdo aquél volando allá arriba y los pies a punto de dar el primer paso.

Precipicio.



Y caída.