IX

En medio del bosque hay un árbol de Laurel. El viento juega alrededor de él. Llega Apolo.

APOLO: Tú ibas con ella, dime en dónde se encuentra.

VIENTO: No puedo hacer eso, yo mismo la he perdido.

APOLO: Mientes.

VIENTO: Pues encuéntrala. Dime, si en verdad eres tan maravilloso, dónde está la ninfa, dónde están las caderas melosas, los ojos verdes, la piel blanca, el cabello de fuego.

APOLO: La encontraré. Si el amor es tan fuerte en verdad no me será difícil.

VIENTO: No podrás.

APOLO: La siento, está cerca.

VIENTO: No, sigue huyendo. Ya corre lejos, te costará alcanzarla.

APOLO: La siento cerca. Más cerca de lo esperado. La siento. Su olor es fuerte, su esencia me rodea, me abraza, me abrasa.

VIENTO: Eres extraño. La ninfa huye presta, si no corres no podrás darle alcance.

APOLO: No es necesario correr. Mi corazón late fuerte. Sabe que está cerca.

VIENTO: ¿Lo crees?

APOLO: Lo sé.

VIENTO: ¿Cómo?

APOLO: No sé, pero lo sé.

VIENTO: Te confundes.

APOLO: Quizá, quizá me confundo, porque ahora siento mi corazón latir por este árbol. Siento que el alma se desgarra estando con él. ¿Qué tiene este árbol extraño que me pone de esta forma? Sólo Dafne me inspiraba tal pasión. ¿Quién eres?

VIENTO: Es sólo un árbol. Parece que has cambiado tu loca pasión por la ninfa. Ya no es Dafne quien te inspira, ahora es un árbol. Son extraños los dioses.

APOLO: Eres tú, lo sé. A pesar de la corteza, a pesar de las ramas y las hojas, a pesar de no tener tu mirada, tu sonrisa, tus caderas, a pesar de no tener la apariencia hermosa de la ninfa, sé que eres tú, Dafne.

VIENTO: Has llegado al grado del enloquecimiento, Apolo.

Apolo toma al Viento.

APOLO: ¿Quién eres que intentas confundirme? El corazón me indica que la que está acá presente es mi amada ninfa, no tiene la misma figura pero eso no cambia lo que siento.

VIENTO: Estás loco.

APOLO: ¿Quién eres para creerte tan importante y juzgarme?

VIENTO: Céfiro.

APOLO: Viento de primavera, más vale que te vayas y me dejes en calma con mi amada.

VIENTO: Sólo quiero ayudarte.

APOLO: Pues hazlo y márchate (Suelta al Viento empujándolo) Si te quieres, mejor márchate.

VIENTO: Sólo quería ayudar. Piérdete.

El Viento se va riendo.

APOLO: Sé que eres tú, lo sé. Te toco y me siento arder. Tus hojas me tocan y son caricias. Tu deseo de castidad pudo más que el amor que por ti siento. Quizá Diana salió triunfante y tu deseo de consagrarte se ha cumplido. El sacrificio que has hecho para mantenerte intacta demuestra que para ti era más importante ser del séquito de la luna en la cacería que compañera del sol. Llegaste al límite y admiro lo que has hecho. Sin embargo, no puedo renunciar a esto que siento. Tu actitud heroica, más que desilusionarme, alienta mi amor por ti, y es precisamente este amor el que me lleva a decidir respetar tu deseo de ser virgen para siempre. El amor hace reacciones diversas en los seres que flecha, es extraña su magia. Ahora que más te quiero es cuando menos mía te siento. Pero déjame conservar un recuerdo tuyo. Déjame que por siempre seas tú mi árbol predilecto. Desde ahora ceñiré mi cabeza con una corona hecha de ti, de tus hojas. Todos los héroes que triunfen en honor de Apolo deberán ser coronados con tus hojas en las sienes. Es lo que pido. Si no puedo tenerte toda mía, déjame un recuerdo de este amor enloquecido. Respetaré tu consagración pero dame una señal de que apruebas lo que pido. Prefiero tener una parte de ti a quedarme con nada. Haz algo que me deje ver que apruebas mi proyecto y seré nuevamente feliz. Viajaré por la cúpula del cielo y te miraré sonriente. El Laurel será desde ahora mi árbol predilecto. Y tú coronarás mi cabeza en señal de triunfo, en señal de que también tú venciste al dios de los oráculos, el conductor del carro del sol, el de la belleza y la música, del bien moral, hijo de Zeus, uno de los doce olímpicos. Tú, la hermosa ninfa convertida en árbol para defensa de su honor y gloria.

Dafne convertida en laurel abraza a Apolo con sus ramas. Apolo se recarga en ella resignado.

APOLO: El cosmos es testigo. Quedan unidas tu vida y la mía. Desde ahora serás honrada como una virgen eterna y como la que el dios del sol lleva eternamente en su cabeza.

Toma una rama y se hace una corona. Se la coloca en la cabeza.
FIN