ASPIRINAS CON VINO TINTO



Me duele la cabeza y me revuelvo en las cobijas. Viajo por las almohadas, recorro el colchón, veo montañas in-escalables que se forman con mi cuerpo en las sábanas y cuento ovejas endiabladas.

No puedo dormir.

Me levanto para buscar dos aspirinas y con trabajo salgo del cuarto. Bajo por la escalera de caracol y tropiezo. A tientas llego a la sala. No me gusta prender la luz; si ya es de noche ¿por qué prolongar el día? Entre las sombras que hace la luna, encuentro los restos de cajetilla y media de cigarros esparcidos sobre la mesa de centro, en la sala, frente a la tele, junto a la botella de vino tinto vacía, sombría, inerte.

Por más que busco no encuentro ninguna maldita aspirina calmajaquecasolvidatodoborrarecuerdostormentososanesteciaconcienciasdamesueño.

Ayer fui al súper y compré todo lo que no necesito: esferas navideñas, escarcha, adornos con la foto de Santa, nieve artificial, un pesebre y esta botella de vino tinto que pensé abriríamos hasta año nuevo. Pero no compré una caja de aspirinas. Ahora tengo dolor de cabeza, una botella de vino que no llegó a año nuevo y remordimiento de conciencia por no comprar lo que en verdad se necesita. Me maldeciré esta noche por eso; ésta y todas las otras en que seguiré haciendo lo mismo.

¡Maldita sea! ¡Es octubre y ya están vendiendo adornos de Santa! Apenas tengo tiempo para comprar las propuestas en moda de invierno. Es lo malo de ser prevenido, no puedes vivir al día. Algunas personas te dejan hábitos que no puedes olvidar. Como mi vecina, que en los días de lluvia regaba sus plantas con atenuada metodicidad digna de admirarse, “por si no se mojan todas. Hay que prevenir”. Aprendí más de ella que de mi madre. Gracias.

Pero el previsor que llevo dentro olvidó comprar las aspirinas y me duele la cabeza.

-          Quizás tienes migraña.
-          Quizás nací sin cerebro y el doctor me injertó el testículo de un ermitaño.

Recorro el pasillo que conduce a mi cuarto, subo la escalera de caracol y tropiezo nuevamente. Me encanta esta escalera. Llevo una copa en la mano, tiene embarradas gotas de vino, juntas podrían formar un pequeño charquito en el fondo. Pero prefiero lamer la copa, igual que las paletas heladas cuando la vecina regaba sus plantas.

Entro al cuarto frotándome la cara y me siento en la orilla de la cama. Intento recobrar la armonía. La cabeza me late más fuerte que el corazón. Las paredes parecen girar, bailan en una obra de teatro musical…

“¡Piedad! ¡Piedad! ¡El mundo esclavo es...!”.

Dios mío, ¿por qué me haces esto? Cierro los ojos esperando que la oscuridad me ayude a olvidarlo todo, que vivo, que respiro, que…

Pero los cierro e inicio un viaje en la montaña rusa y debo abrirlos de inmediato. Me agarro al colchón esperando parar la avalancha y lo único que consigo es caer junto con las cobijas, mi copa y mis últimas gotas de vino tinto. El suelo no me abraza, me rechaza fríamente, con fuerza.

Respiro.
Otra vez.
Una vez más.

Me acuesto y me enrollo en las cobijas esperando calmar el frío; sólo consigo arrimar a mi cuerpo los pedazos de la copa que cayó conmigo. Acabo de arruinar las últimas gotas de tinto… Era un buen vino, ni ácido ni afrutado, como te… como me gusta.

Y ahora tengo cristales rodeando mi cuerpo revueltos entre las cobijas. Vi en la tele unas serpientes que trituran a sus víctimas rodeándolas con el cuerpo y presionándolas, es imposible salir vivo. Pero mis cobijas no tienen vida y no pueden triturarme, sólo me acercan a creerme un chavo del metro recostado sobre botellas rotas. “Prefiero hacer esto que robarles”. Soy tan malo que ni yo me daría dinero.

Podría dormir así, quizás durante la noche los cristales me corten y poco a poco comience a desangrarme… formaría en las cobijas una bella mancha, como de virgen recién casada. Mañana, cuando me encuentre muerto, la señora de la limpieza sacará las sábanas al balcón para mostrar que no me había entregado a nadie y era puro… quizás lleven las sábanas a una exposición de arte, últimamente exponen cualquier cosa. Pero ni los vidrios me cortan, o si lo hacen no lo siento. Cristal fino, de buena calidad. El único regalo que me gustó de la boda y lo único que pedí en el divorcio.

Descubro una gran cantidad de pelusas acumuladas bajo la cama. La señora de la limpieza me cobra $1000 mensuales por engañarme... mi mujer me cobró tres años de matrimonio y una pensión para el primogénito por engañarla, dios nos cobra la vida por engañarnos y las únicas verdades son las pelusas que juegan bajo la cama mientras la señora del aseo ve televisión por cable.

Y entre las pelusas, ahí están… envueltas entre los grumos de algodón que la señora no barre, ocultas entre el polvo, respirando asmáticamente, esperando el momento en que las encuentre: dos aspirinas acompañadas por tres monedas de un peso, el sobre de un condón, el arete extraviado de mi ex mujer, la tapa del desodorante, la plumafuente que me regalaron en la oficina, mi anillo de matrimonio y una lata de Coca-Cola. Todo un tesoro. Sorprendente lo que se encuentra bajo la cama.

Estiro la mano para tomar las aspirinas y ahora sí siento el cristal cortándome la carne. Agarro las aspirinas y la piel se me agrieta un poco. Son pedazos pequeños pero lastiman. Corta bien este cristal, es bueno, muy fino. Hice bien en quedármelo.

Limpio las aspirinas, les quito su abriguito de pelusa, su maquillaje de polvo y las meto en la boca. Tragarlas duele un poco, las paso con saliva; ya no tengo vino. Las paredes se encuentran en el tercer acto de su obra:

“¡Tal vez, mañana saldrá el sol, mañana!”

Los cristales se entretienen jugando al bisturí y las aspirinas se quedaron en el esófago. Me ahogo...

Me levanto molesto y aviento las cobijas. Los cristales rebotan por el cuarto, las paredes se mueven violentamente, corren en círculos. Caigo sobre el colchón. La cabeza me gira, me gira, un remolino, siento que estoy cayendo, estoy cayendo... por mi escalera de caracol, por tres años de matrimonio, por el tobogán de la alberca, por las cuentas del banco, por dos aspirinas atoradas, por la oficina de mierda, por la botella de vino, por… por… por todo… todo se mueve… se mueve el mar… marean las olas… o las aspirinas están haciendo efecto… en efecto, creo que están sirviendo…

Dos pastillas son capaces de curar el testículo de un ermitaño… Un piquete, un zumbido atrás de las orejas… Mañana hablaré con la señora respecto a la limpieza… ¿Compré todo lo que necesito?...

Debo pasar por mi hijo a la escuela… Tiene tres años, ¿por qué va a la escuela? Debería estar jugando en lugar de pegar algodón sobre una oveja que sonríe como si no trabajara…
Debo ver al Lic. Santillán en la mañana…


¿Qué hora es?... Malditas cortadas… me está ardiendo la piel… … …

siento mareos… el viernes hay partido…
…Tengo frío… debo dejar de dormir desnudo…  ... hay vicios que no se pueden quitar…


María…                 …
… ¿Quieres casarte conmigo?

… Hay que comprar las cosas para Navidad              …
… no…    no puedo dormir…

…        María               …

Me duele…
… la cabeza, me gira…
-
…        María…


- Quizás tienes migraña.
- No.
- ¿Entonces?
- Tengo tu ausencia.

- Ya hablamos.
- ¿Suficiente?
- Para mí, sí.


- ¿Me extrañas?
- Ahora duermo tranquila.
- ... Me alegra.


- ¿Sigues tomando aspirinas?
- No. Las dejé.
- Qué bueno…
- ¿Sigues tomando vino?
- No… lo dejé.
- Qué bueno…


- Me voy, debo pasar por tu hijo.
- Me lo saludas.
- Está bien.
- ¿Te puedo dar un beso?

- No.
- Ok.
- Adiós.
- ¿Nos hablamos?
- ¿Para qué?
- No sé.
- Mejor no.

...
Y te vas sin voltear. Te miro alejarte, caminando mientras mueves las caderas, la luz te acaricia y mi ánimo se calla. Saco de la nada aspirinas y comienzo a tomarlas, por miles, una tras otra, me atraganto mientras veo tu cuerpo que se rompe como copa y forma un charco de vino…

Y despierto...
desnudo sobre la cama,
con resaca,
con el tiempo justo para llegar a la oficina...
y esta erección de las mañanas que no te olvida.