¿Marcha del orgullo o carnaval?


Hace años, antes de ir por primera vez a la Marcha era completamente renuente a ella, me parecía un carnaval, algo que no conectaba conmigo, con mi forma de vida, con mi homosexualidad justa y moderada, con mi ser chavito bien e hijo de familia, educado en valores, con cultura y altos pensamientos. Me negaba a ser parte de algo que en lugar de posicionarnos de buena forma ante la sociedad, nos desprestigiaba. Y aunque tenía ganas de ir, siempre encontraba un motivo para no hacerlo: no me desperté temprano, va a llover, habrá mucha gente, se me olvidó, mis amigos no pudieron ir y no voy a ir solo…

Cuando fui por primera vez, quedé sorprendido por la cantidad de gente, por los hombres guapos pululando entre las jardineras de Reforma, la cantidad de gente disfrazada, los carros con gente encuerada bailando electrónica o POP de discoteca; la exaltación de una sexualidad de agencia de turismo con claros tintes de mercadeo. En esa ocasión, no participé como tal, me quedé al margen cual morboso vouyer que se molesta con lo que ve pero no puede dejar de verlo. Mi repudio al carnaval logró confirmación y no volví a ir.

Vino de España mi amigo Aleix e insistió para que ese año fuéramos. Por mucho que me resistía fue mayor su insistencia y, bajo el pretexto de ir a tomar fotos, terminé participando. Por primera vez hice completo el recorrido desde el Ángel hasta el Centro Histórico entre el mar de gente y carros alegóricos. Lo pasé muy bien. Mi espíritu de fotógrafo aficionado se dio vuelo buscando las cosas más raras, los disfraces más increíbles, las tomas más creativas, los besos más bizarros y por supuesto, los cuerpos más marcados del evento. Volví a casa con mi tesoro en una cámara sin pila llena de fotografías que ansiaba evaluar para publicarlas en Facebook y recibir comentarios de “qué padres fotos, están geniales”. Check.

El siguiente año Aleix volvió a estar en México y fuimos otra vez. Ahora, cual paparazzi, me dediqué a buscar hombres guapos y a retratarlos sin pudor, sólo por el hecho de que ellos estaban ahí y yo era libre de fotografiarlos al igual que a la estatua de Colón. La caza de tomas fue nuevamente un aliciente para creer que disfrutaba la marcha. Papeles de colores flotando por el aire, gente semi desnuda, gente disfrazada, carros tocando música moderna mientras las musculocas circuiteras se contoneaban exponiendo la carne en aparador de charcutería y las loquitas fashionistas se sentían el mejor adorno de la marcha. Yo, feliz por un momento que me permitía explotar mi lado de fotógrafo aficionado mientras, sin entender y sin saber, era parte del evento.

El año pasado fui con otros amigos pero ya el hambre de la fotografía no era tanta. Al final, cada año las tomas eran las mismas, gente guapa, gente semidesnuda, gente en vestida, papeles de colores, camiones alegóricos, banderas arcoíris, loquitas fashionistas, musculocas circuiteras, parejas vestidas igual, grupos de amigos vestidos igual… Vale, estaba padre pero… Algo no me cuadraba. Sólo la mota me hacía llevadero el tiempo y me llevaba a poner cara de “me estoy divirtiendo”.

Este año fui con mis amigos y por primera vez, me he sentido en la marcha. No tomé ninguna foto. No me dediqué a buscar caras guapas, nalgas lindas, cuerpos ricos, disfraces padres, gente vestida de la misma manera, el camión con la mejor música o los cuerpos más ricos. Sólo me permití estar. Estar y ser. Por primera vez, en todas las ocasiones en que asistí, pude marchar. Y en lugar de juzgar lo que ocurría, vi caminar detrás de mí mis prejuicios que por muy pensador que me considere, tengo arraigados en lo profundo. Y lo profundo no es mi intestino. Y pude entender que este año lo que hizo diferente a la marcha, fui yo.

Los años anteriores, si bien iba, no estaba ni era. Iba a tomar fotos de algo a lo que no me sentía pertenecido. Como el fotógrafo de bodas que no fue invitado a la fiesta pero ahí está sin ser parte de ella, sólo porque me creía un ser superior en la cadena alimenticia homosexual, la garza que pasa por el pantano sin mancharse el plumaje. Mamón, pues.

Este año, además de poder ser yo y permitirme estar (no en mis cinco sentidos, bueno, sí, pero potenciados), estuve rodeado de amor. Fui con gente que amo y que me hace la vida llevadera. Y pude entender que la marcha es una manifestación de lucha por la posibilidad de ser. Ser no como la sociedad dice que debes ser, sino como a ti se te cante. Pude ver a la gente feliz, feliz por ser quien es: una “loquita fashionista”, una “musculoca circuitera”, “una vestida”, “una desnuda”, “una darks”, “una pacheca”, “una friki”, “una futbolera”, “una guapa inalcanzable”, “una acomplejada que no se acepta” y toda la fauna que quiera sumarse. El sol sale para todos y la lluvia no discrimina a quien moja. Es tan bello ser uno mismo. Estar en la marcha deja ver a miles de personas siendo eso que no se pueden permitir en otros espacios, en otros momentos y circunstancias porque pues no se puede, porque así dice dios, o la sociedad, o el gobierno, o las instituciones, o la abuela, o el papá rudo, o Norberto que dios lo tenga en su gloria y no permita que vuelva. Ojalá la gente pudiera ser como necesite y expresar lo que sienta, sin que alguien esté chingando sólo porque sus complejos le llevan a no dejarse ser a sí mismo y la envidia le carcome lo profundo de las arterias y los amarres de las neuronas.

Al final, ¿qué daño le ha hecho a la humanidad alguien bailando arriba de un camión? ¿Qué daño le ha hecho a la humanidad alguien semidesnudo en un contexto específico? ¿Qué daño le ha hecho a la humanidad alguien usando maquillaje y ropa exagerados? ¿Qué daño le ha hecho a la humanidad alguien que se ha enamorado? O bueno… ¿Qué daño le ha hecho a la humanidad la creencia de ser portador de la verdad y que de no ser así se está condenado? ¿Qué daño le ha hecho a la humanidad el desprecio al otro? ¿Qué daño le ha hecho a la humanidad el temor a lo distinto? ¿Qué daño le ha hecho a la humanidad la falta de aceptación, respeto, empatía, solidaridad y afecto?

Cada quien juega en el bando que decide. Ojalá fuera una elección real y no sólo una imposición o compra de pensamiento. Nuestras acciones hablan por nosotros. Me gustaría que un día la Marcha del orgullo dejara los apellidos (LGBTTTIQALPHAYOMEGA) y fuera sólo eso, una marcha de orgullo: por ser quien eres y por lo que haces, seas mujer, hombre, quimera, feminista, ambientalista, vegano, socialista, animalista, dark, emo, friki, rockero, motockero, charro, folklórico, nerd, stormtrooper, madre y padre a la vez. Lo que sea que dé sentido a tu vida. Y si por ello es un carnaval, que resucite Celia Cruz y lo abandere Chabelo.

Yo ya no lo veré, porque llegar a ello llevará tiempo y espero morir joven, por ahí de entre los 45 y 50 años, nomás para que la gente diga: “murió tan joven, tanto que le faltaba por hacer, qué pérdida”. El punto es, que ojalá un día podamos caminar uno al lado del otro compartiendo el camino, dejándonos ser, sin juzgar, sin joder y cantando Kumbaya. Y que cada marcha sea también un honor a la memoria de aquellos que han aplanado el camino antes que nosotros para lograr que un día, al menos, tantas personas se permitan lo que no pueden en otros ámbitos.