LA MANZANA

Me mira parada en la orilla del frutero. Roja. Resplandeciente por la luz de la lámpara que ilumina mi habitación. Es un poco pudorosa, pienso. Se tapa las partes pudendas con una etiqueta que dice “california”. Y me mira. Resplandeciente.

Me acerco y la tomo. La veo fijamente. No cumple la fantasía incrustada en la mente de todo el mundo. Una manzana debe tener palito. La bruja de Blanca Nieves tomó a la manzana por el palo para meterla en el caldero. La víbora tomó del palo a la manzana para tentar a Eva. Mi manzana no tiene palito. La maldigo por su falta y busco una forma de castigarla. Arrojarla al costado de una cucaracha para incrustársela o meterla en la boca de un cerdo sería una buena idea. Pero no veo cucarachas en mi habitación. Y si yo me la voy a comer, yo sería el cerdo que la tendría en la boca. Harakiri poético.

Borro ambas imágenes de mi mente y busco otra forma de castigarla. Se cubre las partes pudendas con una etiqueta. Estar desnudo frente a alguien desarma a cualquiera. La tomo y le retiro la etiqueta lentamente. No dice ni hace nada. Quisiera verla sudar, quejarse o defenderse pero no hace nada. Sólo me mira fijo, como retándome. Puerca. La desnudo y la miro esperando avergonzarla al menos un poco. Nada.

Nada. No tiene nada. Es plana. Sólo veo un vientre redondo y liso. ¿Qué se cubría entonces? Timadora. Por eso no sudó. Me gusta el sarcasmo ajeno. Disfruto más el propio, pero el ajeno me entretiene. Exhibe su “rojidad” ante mí. Vanidosa. La huelo. Huele a… manzana. ¿A qué más podría oler una manzana? No es una papaya, no es una mandarina. Es una manzana y huele a manzana. El descubrimiento me hace sentir tonto. Ella me mira burlona. ¿Cómo más describir el olor de una manzana? Un olor dulce… afrutado. ¡Joder! No es un vino, es una manzana y huele a manzana.

Le acaricio el vientre rojo y liso. Le hago cosquillas. No reacciona. Le froto la parte que se cubría con la etiqueta, a ver si algo se erecta o se dilata en ella. ¿Qué sexo tiene una manzana? La – manzana. Femenino. Así de simple y práctico. Además, no tiene palito. Claro. Me vuelvo a sentir tonto. La sigo frotando a ver si algo en ella se dilata. Nada. Ni siquiera se le levanta la piel. Me han dicho que, al acariciar, logro ponerle la piel de gallina a las personas. Pero la manzana debe tener algún tipo de frigidez o no entiendo qué pasa. ¿Me está retando en mis prácticas amorosas? El aliento es también un buen incentivo en el arte del amor. Respirar a alguien, sentir su aroma, soltar aire caliente en su cuello… Pero yo ya la olí y sólo sentí olor a manzana. Débil, si debo ser sincero. Su aroma no es muy intenso.

La acerco nuevamente y la huelo, quiero sentirla más. Paso la nariz por su maza. Besitos de esquimal. Dejo salir el aire caliente de mi cuerpo en ella esperando provocarla. Nada. Ni siquiera se empaña. Le paso la lengua por la piel. Una vez. Otra. Ni siquiera sonríe. ¿Yo haré lo mismo cuando me dicen insensible? La verdad, no se siente muy bien esto.

Sigo lamiéndola, a ver si la saliva le ablanda un poco la coraza. Sí, sé que las manzanas no tienen coraza, ésas son las nueces. Me refiero a esta coraza que me está presentando y me incomoda. Nunca antes había tenido problemas, ¿Por qué ahora? No quiero retomar la terapia de psicoanálisis. No ahora. La sigo lamiendo. Debe ceder. Me desespero y la muerdo. Mordida rápida que me deja en la boca una parte de su cuerpo. Cruje, la manzana cruje. ¿Será eso un quejido? ¡Ah, vaya! Con que por fin nos ponemos un poco expresivos. Un poco de jugo me escurre por la boca. ¿Son lágrimas? ¿Estás llorando, zorra? No eras tan inexpresiva, después de todo. Con que muy dura, ¿no? La violencia es un mal necesario. Y estas lágrimas que me dejas en la boca son la prueba gozosa de que es verdad.

Vuelvo a morderla. Vuelve a crujir. Esta vez, más fuerte. Te estás poniendo intensa. Me gusta. Más jugo escurriéndome de la boca. Más piel y carne triturada por mis dientes. Carne blancuzca. Nunca he tenido mucho afecto por las weras, aunque ésta comienza a gustarme. La sostengo en la mano mientras me mira. La piel de un rojo intenso. No te hagas la ruborizada, me molestan las vergüenzas fingidas.

Sigo mordiéndola y sigue quejándose. No modifica el patrón y a mí me desagradan las rutinas. Esto que antes era gozo, comienza a aburrirme. Veo con sorpresa que por delante ya no le queda nada. Sólo unos huesos y el corazón expuestos. Acabé con ella muy rápido. Mucho que ofrecerme no tenía. ¿Y si le doy la vuelta? Detrás aún puede tener sorpresas.

La volteo y no se queja. Se hacía la inexpresiva, la insensible, la frígida… pero voltearla no me ha costado nada. Piruja de Tokio. Empiezo a morderla, rápido, con intensidad. Más jugo y carne en mi boca. No es muy dulce. Incluso me es un poco insípida. Es verdad esto de que las weras no tienen sabor.

Y así como empecé, termino con ella. Ya no queda nada. Unos cuantos huesos y un corazón que no tiene ni un palo para sostenerlo. Me moja las manos. Me molesta, tendré que lavármelas. Comerme una manzana no debería suponer tanto trabajo. Llevo el corazón con los huesos a la basura. ¿Para qué quiero un corazón?

Abro el tacho y sin miramientos tiro los restos de mi víctima. No tengo remordimientos. Tampoco distingo en mí emoción alguna. La loca inició dando buena batalla pero terminó perdiendo como cualquiera. Y ni siquiera ha saciado mi apetito. Mañana, el hombre de la basura vendrá y se la llevará junto con el resto de todo lo demás que he destruido y tirado sin sentir culpa. Y mi apetito no se sacia. En todo caso, pienso que, quizás, lo mejor sea comerme un plátano.